30 diciembre 2007

Vuelta al principio

Publicado en La Opinión de Zamora

Huele a humo de leña de encina, a barro después de la lluvia, a sopas de ajo, a alcohol. Amanece, aunque la luna lleva horas dándole candela a la noche, húmeda y caliente, nada que ver con la gabardina que tapó el campo en Nochebuena. Decenas de personas, sombras clareadas, caminan hacia lo alto del pueblo, atraídas por un imán invisible que anula voluntades, que achanta el velo vacuo de la falsa modernidad, que descarna el pasado, hasta llegar al hueso. Suena machacón el sonido totémico de los cencerros, hay carreras desmayadas, voces por las esquinas, gritos...

De repente lo veo claro. Separo de la cebolla la interpretación religiosa: la de que el Zangarrón tiene su origen en un personaje estrafalario que hace siglos, para calmar la cólera vecinal por la mortandad causada por una peste, asustó a los violentos que querían apedrear la imagen de San Esteban, paseada en procesión por las calles del pueblo.

Tiro también de la capa generalista, la que engloba a todas las mascaradas de invierno dentro del saco del antruejo, del carnaval, de la trasgresión y del cambio de roles, de las saturnales romanas, de las fiestas dionisiacas, de la tradición. Cojo con los dedos, así mismo, la que conformó el antropólogo Caro Baroja, que llegó a hablar de los "zaharrones" como juglares medievales que iban por los pueblos contando historias y divirtiendo a la concurrencia con representaciones estrafalarias.

Me quedo con la última, la del meollo más tierno, la primera que se formó, allá en la noche de los tiempos. Allí está, el gentío desordenado, echando humo al amanecer, oliendo a sudor cortado por el airecillo recién despertado, moviéndose nervioso, envuelto en pieles, en ropas gordas de lana de oveja. Hay palos, sombras tamizadas por la claridad descompuesta. Se oye el seco despertar del tambor, la flauta, las castañuelas... Hay baile, cierto orden, un ritual, la liturgia. Es una ceremonia de iniciación. Ya no hay ninguna duda: estamos en el Neolítico. Los hombres y mujeres del Redondil han resucitado. Aquí están, no hay cinabrio sobre sus caras, hay chocolate y marcas indelebles de una noche sin dormir, de bodegas y callejones.

La comitiva enfila hacia la parte baja del pueblo. Carreras atropelladas, brincos. Cencerros nerviosos. Los "suspiros" atormentados de los fotógrafos. El Zangarrón, el brujo de la tribu, el chamán que dirige la ceremonia protege a los neófitos de la provocación de la chusma. El vergajo va y viene, descompuesto, golpea sin piedad, hace estragos...

La figura del Zangarrón, encarnada por el mozo Roberto Rodríguez Pérez, dirige la función, con fuerza, estableciendo un orden que hace posible que los danzantes -dirigidos por el quinto Adrián Sánchez Pérez- bailen con ritmo machacón al tiempo que no dejan de tocar las castañuelas. Los mozos intentan romper las filas, una y otra vez. Hay, además, decenas de espectadores, que caminan al mismo paso que la comitiva. La cuña humana abre las calles solitarias, y las revuelve, descomponiendo puertas y balcones.

La marcha no dura más allá de media hora. Termina en las Cuatro calles, con el baile del Niño. La carretera a Zamora se corta durante diez minutos. Prohibido el paso para los vehículos. Aquí no hay mas normas que las nuestras, las del oficiante de la fiesta, las de los quintos, ataviados con capotes negros, las piernas protegidas con leguis, que dejan de ser niños para abrazar la adultez. Si alguien quiere pasar tendrá que pagar, antes en especias, ahora en dinero. Después el Zangarrón y los quintos recorrieron todas las casas del pueblo para felicitar las Pascuas y pedir el aguinaldo. Antes del mediodía, la misa y la procesión con el santo, con san Esteban. Otra vez las carreras. Los golpes con el palo adornado con vejigas de cerdo, el baile del Niño, las venias con el pendón, el convite en casa del cura, la comida del mutis, dirigida por Tanis: el que hable, paga; nadie puede levantar la voz. Al final, para despedir el día, baile, cansancio e historia. Otro zangarrón más, otra muesca en la historia del pueblo, un devenir que nació antes de los túmulos del Redondil, miles de años antes de la historia.


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