02 mayo 2010

La Campa Torres recobra su patrimonio


Publicado en La Nueva España
M.S. Marqués

Las cosas casi nunca ocurren sin un motivo justificado. Hace ahora un año que se encontraron las piezas que han devuelto a primera línea de la actualidad el yacimiento de la Campa Torres (Gijón) y con él el cruce de acusaciones entre Gobierno y oposición. ¿Por qué sale ahora a la luz la desaparición de los materiales, cuando hace casi una década que fueron abandonados en un semisótano de la Campa?

La respuesta tiene dos líneas argumentales. La primera responde al hecho de que hasta hace pocos meses no se conocía el paradero de los vestigios ni se sabía el volumen de lo desaparecido -un conjunto de cientos de cajas con más de veinte mil piezas encontradas fortuitamente al mover unas estanterías que cegaban el acceso a los restos-. Los expertos presumían que faltaban objetos, pero no se tenía la certeza de cuál había sido su destino y, unos por otros, nadie puso el dedo en la llaga para reclamar unos materiales que bien podrían estar depositados en el almacén del Museo Arqueológico.

Fue hace tan sólo unos meses cuando se tuvo conocimiento exacto de lo ocurrido y comenzaron a extenderse los comentarios, lo que levantó la veda para su salida a la luz pública. Pero, probablemente, el hecho que desencadena la denuncia haya estado más vinculado con el nombramiento de Francisco Cuesta -codirector de las excavaciones de la Campa hasta el año 2000- como director del Museo Etnográfico de Grandas de Salime. A su llegada a dicho cargo se suma el extendido rumor que vinculaba su nombre con futuras responsabilidades en los yacimientos arqueológicos de la zona. El propio Cuesta desmintió esta posibilidad en una entrevista publicada en este diario, pero otras fuentes sostienen que esa era la «genial» idea que se barajó en un principio en el entorno del presidente del Principado cuando se optó por Cuesta para sustituir a Pepe el Ferreiro.

Fuera de una u otra forma, el caso es que en el mundo de la arqueología asturiana -por cierto, no exento de tensiones internas desde hace años- comenzó a gestarse un frente contrario a la posible asunción de nuevas responsabilidades por el arqueólogo. A todo esto se añade que la labor de Cuesta en la Campa Torres ya había sido cuestionada en su momento por los expertos, que no comparten la atribución cronológica realizada para la muralla y las cabañas vecinas. Sus conclusiones, acertadas o no, fueron muy contestadas desde distintas publicaciones científicas, llegando a hablarse de «escasa fiabilidad de la metodología empleada en la obtención de los datos de la excavación de la muralla y cabañas adjuntas».

A la enemistad que todo esto produjo se agregó el malestar por su nombramiento para dirigir el Museo de Grandas, en un momento de fuerte respuesta social por la destitución de José Naveiras, y el runrún de que podría acaparar otras responsabilidades arqueológicas.

Fue la chispa necesaria para hacer estallar un secreto muy bien guardado por el Ayuntamiento de Gijón y la Consejería de Cultura. Las habladurías sobre su actuación en el castro de Gijón corrieron como la pólvora una vez que se supo la situación en que se encontraron las más de veinte mil piezas arqueológicas.

La consejera de Cultura, Mercedes Álvarez, que negó esta semana en el Parlamento asturiano la pérdida de información de las excavaciones, considera la denuncia «una excusa» para meterse con el actual director del Museo de Grandas. Sostiene que los materiales estaban «perfectamente identificados» porque los informes de todas las campañas anuales realizadas hasta el año 2000 constan en el archivo de la Consejería.

Lo que no explicó es por qué, si el depósito era conocido, se mantuvieron los restos en un lamentable estado de abandono en lugar de formar parte de la colección del Museo de la Campa Torres. Tampoco se informó del paradero de piezas como las «ánforas grecoitálicas y romanas que sirvieron de envase a cargamentos de vino», a las que ya se hace alusión en 1995 en el catálogo de la exposición «Astures» que se presentó en Gijón. De momento no hay respuesta, pero hay quien dice que se trata de tirar balones fuera o de lanzarlos a otras administraciones.

Situado en el extremo de una prominente península al oeste de Gijón, el parque Arqueológico de la Campa Torres conserva los restos de un poblado de fundación prerromana que se mantuvo vigente durante más de nueve siglos. Su larga secuencia de ocupación y su extensión lo convierten en uno de los castros más completos de Asturias, al que no faltó la polémica a propósito de las dataciones.

Punto estratégico por su emplazamiento para canalizar los productos del país hacia otros territorios, consiguió así bienes de importación procedentes del mundo mediterráneo que lo hacen único en Asturias. Los pueblos indígenas asentados en la zona levantaron un imponente conjunto de fortificaciones con foso incluido para proteger el recinto en el que se asentaron varias cabañas de planta redonda, tipología que los directores de las excavaciones utilizaron para asignar una procedencia prerromana a dichas estructuras.

El castro de la Campa Torres aportó en veinte años de excavaciones vestigios que hablan de su origen prerromano y de su continuidad tras la conquista romana de Augusto. El que pudo ser, según algunos investigadores, el oppidum Noega mencionado en las fuentes latinas dejó al descubierto durante las sucesivas campañas arqueológicas una serie de cabañas prerromanas de planta circular, datadas en siglo V a. de C. y construcciones de tipo rectangular que se levantaron entre los siglos I y III, según los directores de excavación.

En el castro adquiere especial significado la especialización en los trabajos industriales, convertidos en su principal fuente de riqueza. La fundición de bronce acabó siendo definitiva para la transformación de productos dirigidos al intercambio con otros pueblos. De ahí que en el castro hayan localizado piezas ausentes en otros poblados como las ánforas o las cerámicas áticas. El comercio del metal fue su principal fuente de riqueza.

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